Es Daniel Marthá, conocedor del mundo del coleccionismo y reconocido comerciante de billetes.
Es una manía. Lo repite sin el más mínimo rubor. ¿Por qué iba a sentirlo si de ello deriva su sustento y los mayores asomos a eso que llaman la felicidad? Daniel Marthá comienza a hablar de lo que nació en él como un ‘hobby’ y se convirtió, hace unos 15 años, en un modo de vida.
“El que colecciona una cosa colecciona otras. Lo que sucede es como que uno siente una gran curiosidad por cosas. Lo mío son los billetes; pero, por ejemplo, los caracoles a mí me gustan, aunque no tengo una colección de experto. Cuando encuentro un caracol bonito, lo quiero, pero ser un coleccionista de caracoles es muy complicado, y hay cosas carísimas. Hay caracoles de 30.000 dólares, de 200.000 dólares...”.
Su primer recuerdo es que tenía una colección de monedas en una cajita. “Y la llevé al colegio. La tenía entre el pupitre. Y el cura seguramente me la vio y de pronto vino al salón, llegó a mi pupitre, alzó la tapa y se la llevó, y yo nunca dije nada. Me la robó el cura. Debía tener ocho años por ahí”.
Nos lleva hasta el último rincón del sótano, donde atesora su mundo: “Este es mi depósito, donde tengo mis billetes”.
A la izquierda, “todo esto es billetes”, a la derecha, “todo esto son monedas”. Estantes con álbumes y estantes con cajitas.
“Y todo perfectamente clasificado”, le dice la fotógrafa Claudia Rubio.
“Eeesa es la diferencia entre el coleccionista y el acumulador. Conozco coleccionistas de discos que tienen la casa llena de discos. Si yo tengo 10.000, conozco gente que tiene 200.000 acetatos. Cajas y cajas que no sabe ni dónde están. Gasto mucho tiempo clasificando. Trabajo con los códigos internacionales. Cada moneda, cada billete tienen un código. Más que coleccionista soy clasificador. Me encanta”.
No necesita decirlo. Está exultante de orgullo. Los ojos le brillan. El olor de cosas archivadas pica en la nariz. “Yo solo colecciono billetes que tienen la imagen de la reina Isabel. Es complicado ser coleccionista y a la vez comerciante porque si consigo una cosa muy buena, me la guardo, y pues, ¿qué como? Quería hacer una colección, pero que no se volviera tan grande”.
Gasto mucho tiempo clasificando. Trabajo con los códigos internacionales. Cada moneda, cada billete tienen un código. Más que coleccionista soy clasificador
Brazada a brazada, comienza a bucear él solo en su mundo, sin apenas hacerle preguntas: “Hay gente que tiene unas colecciones mundiales, y eso requiere capitales muy grandes. Es mejor especializarse. Hay gente que se especializa en el tema ‘Colombia’, y eso ya es bien complicado. Otros coleccionan perros, gatos, barcos, personajes... Hay oftalmólogos que coleccionan solo billetes que tengan algún personaje con gafas. Otros, billetes con aviones. Hay temas muy extensos: el caballo, la vaca. El tren, en un momento dado, fue muy extenso. Tengo dos hermanos que son médicos y coleccionan billetes que tengan médicos o cualquier instrumento quirúrgico o un hospital”.
Don Daniel, ¿nos podría enseñar los de su colección para hacer las fotos?, le pido.
“Acá es un poquito incómodo”, le dice Claudia.
Si uno se mueve, con seguridad daña algún objeto valioso o lo desordena.
“A ver les muestro los de mi colección. Todos estos álbumes son con la reina Isabel”, señala.
Se leen en letra grande los marbetes de cada álbum: Asia 1, Asia 2, Oceanía, Caribe...
¿Por qué la reina Isabel?
Primero, por la inversión, porque son billetes que se valorizan mucho. En su mayoría eran de países con una moneda dura. Inglaterra, Canadá, Australia. Ella, por ejemplo, salió en los billetes de 56 países. En las islas Falkland o Malvinas, dependiendo de quién las mire, en el Caribe, en Belice y en las colonias que tenían los británicos en el Caribe inglés, en Asia y África. Son billetes muy bonitos, y uno encuentra una cantidad impresionante. Ya la han ido sacando de los billetes en muchos países. En Canadá sigue saliendo. En Fiyi, en la última serie, ya no estaba. En Australia aparece en un solo billete. Pero los billetes ingleses últimos son interesantes, porque muestran cómo ella va cambiando”.
¿Por qué es interesante la numismática de Colombia?
Colombia es muy interesante y está pasando por un momento muy bueno por varias razones. Los billetes nuestros se desvalorizan mucho, pero, a la vez, hay algunos muy escasos. Yo no tengo un inventario de Colombia muy bueno, porque las cosas que uno consigue se venden ahí mismo. También colecciono Colombia porque hay billetes muy difíciles de conseguir... Este año murió una persona muy importante en el coleccionismo y tenía una colección muy buena y dejó más de mil billetes. Se han hecho dos subastas y, pese a la situación en que está el país, en dos subastas vendieron 200 billetes. Más de 1.500 millones de pesos. Aparte, hubo otra en Estados Unidos, con más de 180 billetes colombianos. Casi siempre en las subastas internacionales, cuando hay dos o tres billetes colombianos, es porque son difíciles de encontrar.
Adicionalmente, los billetes emitidos en Colombia son muchos. Tuvimos unos sesenta y tantos bancos emitiendo en el siglo XIX. Aún siguen apareciendo billetes que no conocía nadie. Hubo otra coleccionista colombiana muy fuerte que murió hace ya varios años, y este 13 de enero va a ser la subasta en Nueva York, que se llama Eldorado Collection. Y ya hay billetes que valen 20.000 dólares.
¿Quién organiza esa subasta?
Hay casas grandes de carácter mundial que organizan estas subastas.
¿Y en Colombia?
Monetario, se llama la casa; es de una persona amiga, quien ha hecho las subastas, y Numismáticos Colombianos hizo la segunda parte. En Barranquilla, Medellín, Cali, Bucaramanga y Bogotá hacen subastas. Pera el 2018 tenemos programadas reuniones. El negocio ha crecido mucho en los últimos tiempos y el internet ha servido, indudablemente. Porque hay mucha gente que colecciona desde hace tiempo, pero no los conocíamos. Hoy, uno tiene contacto con gente del Putumayo, de La Guajira y de todas partes, que seguramente por internet se ha ido contactando. Antes era un círculo muy cerrado. En la asociación en Bogotá, que está de capa caída desde hace rato pero empezó de nuevo este año en firme, llegamos a tener 130 socios, de los cuales 30 éramos activos. Hoy tengo un inventario de más de 500 personas con quienes he tenido trato.
¿En Colombia, cuántos coleccionistas de moneda calcula que puede haber?
Diría que unas mil personas de gente organizada, que tiene un álbum, un catálogo y se preocupan por tener contacto con otras personas. Diría que de cada diez personas, una acaba siendo un coleccionista que hace de esto una parte de su vida, porque esto termina siendo muy costoso. Son tribus, congregaciones, como los aficionados al Volkswagen escarabajo o al campero Land Rover, o los de las motos, los de los juguetes, los de envases de Coca-Cola, que se encuentran y desayunan, almuerzan y comen juntos. Y si alguno dice ‘en McDonald’s están dando un juguete’... salen todos corriendo para allá. Se vuelven como una iglesia.
Yo tengo un estand en la Feria del Libro hace unos 20 años. Pero acostumbro a ir a otras ferias. Y me doy cuenta de la cantidad de gente a la que le interesa eso. Hoy, cualquier joven de 14 años lleva en la billetera un billete o una moneda extranjera porque le parece curioso. Ahí empieza la atracción por los billetes.
Yo no tengo un inventario de Colombia muy bueno, porque las cosas que uno consigue se venden ahí mismo
¿Cuál es su profesión? ¿Qué hacía antes de dedicarse a esta actividad?
Soy ingeniero mecánico, trabajé toda la vida en carros. Primero, Colmotores, Chrysler; después, con General Motors; después salí a trabajar con una importadora de partes para carros; después me dediqué a fabricar partes, las distribuía por todo el país. Durante todo este tiempo fui coleccionista de monedas, y toda mi vida, desde que me acuerdo, coleccioné monedas.
“En un momento dado, con la apertura, se complicó el negocio de los repuestos y vendí las principales monedas mías. Póngale unas veinte; coleccionaba de Colombia y Estados Unidos y del mundo entero, pero solo una por tipo. No fue una quiebra tenaz. Nunca supe lo que era un préstamo bancario, el negocio era excelente, pero el último diciembre no teníamos para las primas ni para nada. Se había vuelto desagradable: ‘... le pago el miércoles’, y así.
“Primero hice unas joyas con monedas antiguas, y llegué al mercado de las pulgas de Usaquén con el ánimo de venderlas, y había un aviso que decía: ‘Buscamos persona que monte el puesto de numismática y filatelia’. Y dije: ‘¿Y qué toca hacer?’, y me respondieron: ‘Pues, que sepa y que tenga mercancía’. Y dije: ‘Listo’. Yo iba más con el ánimo de salir de todo. Y comenzaron a preguntarme que si tenía billetes, y como en los últimos veinte años me había movido en el medio, les pedí que me prestaran mercancía porque me habían encargado, hasta que me fui metiendo. La verdad: me sentía mal porque me parecía que eso no era trabajo, para mí era un juego.
“Hace muchos años estoy en esto. Trato de asistir a por lo menos dos ferias internacionales, las principales son en Estados Unidos y en países de América Latina. Hoy día, ya el mundo es muy pequeño, y vivo feliz. Antes me pedían un repuesto un sábado, y yo decía: ‘Yo no trabajo los sábados’. Hoy trabajo lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, porque realmente es una pasión”.
FRANCISCO CELIS ALBÁN
Editor de EL TIEMPO